La puerta se cerró de golpe. Su cuerpo, varado en
mitad del vestíbulo, se estremeció de pronto. Reyman, desorientado y asustado, buscó
la causa tras él; no halló más que la puerta cerrada. Resopló, cansado y
aliviado a la vez. Caminó lentamente por el pasillo sin molestarse en encender
las luces. No le hacían falta. Si se lo proponía, podía recorrer todo su apartamento
con los ojos cerrados. Llegó hasta su cuarto y se tendió en la cama, observando
el techo; solo percibía las sombras de la lámpara. La persiana estaba bajada y
las cortinas corridas, por lo que la luz de las farolas de la calle apenas
entraba en la habitación.